12 ene 2008

Un cuento

De mi autoria, relacionado con la tragedia de Vargas en el año 99.

Parecía que ya todo había pasado. El ruido de las rocas que hacen al chocar entre ellas, se había alejado ya varios minutos. La lluvia al caer daba la sensación de tranquilidad.
Me incorporé buscando alguna luz, pero no pude ver ni el resplandor de las luces lejanas. Estaba en total penumbra, no había diferencia entre tener los ojos abiertos o cerrados, no se veía nada.

Recuerdo que antes que todo ocurriera, escuchaba que los perros lloraban como si anunciaran la muerte a alguien. Por momentos sus aullidos se perdían entre la lluvia que cada vez caía con más fuerza, antes de que ocurriera todo.

Los vellos de los brazos se me erizaron cuando todos los perros aullaron por última vez. Hizo un silencio que la sangre del más valiente parezca helado. Era un silencio inusual, un silencio similar al que hay cuando un depredador se prepara para dar el salto final sobre la yugular de su presa.
Aguanté la respiración y traté de ver el mar desde la ventana de mi apartamento en La Guaira. Me temí que una ola gigante, entrara por el balcón y me ahogara, pero en la oscuridad de la noche y con la poca visibilidad que me permitía la lluvia, solo pude ver que la espuma de las olas seguían apareciendo en la orilla de la playa.
Luego de eso sentí que el piso tembló y después vino todo… todo lo que la montaña nos mandó. Un río incontenible de lodo, árboles y piedras que se llevó la mitad de mi casa, de mi pueblo, de mi vida.
Quedé alelado, escuchaba que la parte de atrás de mi casa, esa la que justamente tenía vista al Avila, una fuerza sobrehumana quería reventar… El ruido, el ruido fue lo peor de todo. Yo había escuchado motores de aviones despegando a la distancia. Ese ruido llena todo y hace vibrar los vidrios de las casas.
Pero este ruido no tenía comparación, solo se escuchaban los sonidos grutales de la incontinencia de una montaña, que no aguantó más y quería llevarse todo a su paso.
La furia de la montaña quería llegar al mar, pero habían obstáculos que debía sortear o quitar del paso. Uno de esos obstáculos era el edificio Palermo, donde estaba mi hogar.
El Palermo tenía 4 pisos y 16 apartamentos de los que solo vivíamos seis familias. Los vecinos del piso 4, los del piso 3, los italianos del piso uno y yo, Mechor Rodríguez en el piso dos. Todos los demás eran usados como apartamentos vacacionales o como moteles por sus dueños.
Ese día supe que mis diferencias con los vecinos se acabarían cuando vi como una de las paredes de mi casa fue arrancada como una galleta de una torta. Pude ver entonces lo que quedaba de habitación del apartamento de al lado. Pero yo seguía paralizado. No me pude mover pese a que mi vida corría peligro.
El agua fría que entraba por el gran agujero que sustituía la pared actuó como un par de bofetadas que activaron lo más básico de mi instinto de supervivencia.
Corrí sin antes no caerme dos veces por el agua que se había acumulado en el piso de granito que me hizo resbalar, y lo único que pude hacer fue meterme debajo del marco de la puerta. Mi cerebro en ese momento asoció el temblor con un terremoto, por eso me refugié ahí.
Aunque estaba en un segundo piso, sentía que el agua me recorría por el tobillo subiendo y en búsqueda de mi rodilla. Abracé la pared y clavé las uñas al ya húmedo friso. Otro reflejo instintivo fue apagar la luz para evitar que hubiese un corto circuito. Que ironía, un río de lodo, piedras y palos pasando por el medio de mi sala, y yo apagando la luz.
El ruido seguía siendo impresionante. Si hubiese estado otra persona a mi lado, y aunque le gritara en el oído, no me hubiese escuchado.
No se cuanto tiempo transcurrió hasta que el nivel del caudal descendió y salió de mi apartamento, pero todavía se escuchaban rocas tronar entre ellas. El ruido era igual al como prender una fogata con dos piedras, pero con dos piedras gigantes… no con mil piedras gigantes. En ese momento me hice una especie de broma interna para darme valor; “no voy a prender más nunca una fogata con piedras”, no reí normal ni histéricamente, solo solté una mueca.
Cuando paró de temblar, me solté de la pared y respiré rápidamente dos veces.
Observé alrededor y la humedad había entrado completamente a mi casa, o eso fue lo poco que pude apreciar debido a la oscuridad. El ruido “gigante” había desaparecido y lo había sustituido un caudal de agua, que corría un piso más abajo de mi apartamento.
Yo estaba frío, por la brisa y la lluvia que pegaban contra mi precaria humanidad. Temblaba pero no por el castigo que el viento y la lluvia lanzaban sobre mi. Temblaba de miedo porque no sabía que hacer, si quedarme en el lugar o salir huyendo.
Otro instinto de conservación se hizo presente; Me metí en lo que quedaba de mi cocina y tome dos paquetes de galletas saladas y una lata de atún. Las metí en mi bolsillo y agarré las llaves de la puerta. Iba a salir cuando un grito me hizo voltear a donde estaba el hueco que la montaña y sus cómplices habían hecho en mi casa.
2
Las visiones que tenía de la poca vida que me quedaba eran cuando salía del agua y podía respirar. Ya me había golpeado dos veces con un par de troncos o de ramas gruesas que fueron arrastradas por las aguas que bajaban de la montaña.
Estaba agarrado a algo que me impedía que la corriente me siguiera llevando al mar, no se que era, un cable, una guaya, una cuerda. No se. Pero tenía que conseguir un punto de apoyo antes que mis dedos se entumecieran y la corriente me arrastrara.
Pude recostarme contra una pared que tanteé con los pies. Y me apoyé. Me acerque más a la cuerda y me hice una doble vuelta en la mano, solo caso que me soltase. Comencé a gritar hasta que una voz desde arriba me preguntó si estaba bien.
Primero vi una sombra pero no podía distinguir quien me respondía porque el agua y el lodo todavía pegaba contra mi cara. Por un momento pensé que era la desesperación por salir que veía cosas que no había.
¡Pero si que había alguien!
Primero me lanzó un balón de fútbol que cayó frete a mi cara pero rápidamente siguió la dirección del agua. Escuché una especie de lamento o grosería pero mi salvador, quizás imaginario había desaparecido.
No se cuanto tiempo pasó desde que había visto aquella sombra y aquel balón que pasó frente a mi cara y se perdió para siempre. Mis esperanzas se habían empezado a desvanecer otra vez. Lo único que para mi fue positivo fue que el caudal de agua había empezado a disminuir.
Algo que cayó frente a mi cara me hizo cerrar los ojos, pensé que era algún despojo de aquella precaria vivienda, edificio o lo que fuera.
Cuando vi lo que tenía en frente a mi cara, era una tapa de poceta amarrada con un mecate.
Aquel salvavidas improvisado cayó delante de mi cara también como lo había hecho el balón de fútbol, y tenía intenciones de seguir el mismo destino del cuero. Antes que siguiera corriente abajo, lancé la mano, pero no le atiné.
Mi falta de puntería fue compensada con dos sumergidas en las que pensé que me había soltado de la cuerda y del salvavidas. Pero la cuerda seguía atada a mi brazo. “Que suerte la mía”.
Me incorporé y escuche que mi rescatísta me decía algo pero no le podía escuchar.
Pasaron 4 intentos y no logré conseguir agarrarme al “salvavidas”. Casi con un último aliento, estiré la mano y pude sostener la tapa de la poceta. Me metí en ella como si fuera un salvavidas de verdad de los inflables que usan los niños.
Pasaron unos segundos y sentí que me halaban fuera del agua. Agarré la cuerda que tenía amarrada en la mano y me liberé. Comencé a subir.
Cuando llegué arriba, escuchaba una risa de felicidad, pero no ubicaba a mi rescatista.
La risa se hizo llanto, y una voz entrecortada por las lágrimas me preguntó si estaba bien.
Respondí riendo y casi llorando también: Para haber nacido hace treinta segundos, estoy muy bien.
El desconocido me dijo aclarándose la voz; si hermano, realmente acabas de nacer, hasta desnudo estas como un bebé. Señalando mi desnudez que me había proferido el agua al bajarme los pantalones hasta el tobillo.
Con un poco de pena, me subí los pantalones y fui al encuentro del desconocido que me estrechó la mano y se presentó como Melchor Rodríguez.
- Jorge García, agradecido de por vida-. Le contesté.
3
Mis manos estaban pastosas por la sangre que tenía luego que la cuerda se me resbalara dos veces cuando intentaba subir a Jorge. Pero el esfuerzo había valido la pena.
Una precaria luz llegaba de algún escape de gas que había quedado expuesto del apartamento de al lado, iluminaba momentáneamente el encuentro.
Le pregunté a mi nuevo amigo que había pasado.
-¡El cerro se cayó chamo!, la montaña se está desmoronando y llevándose todo a su paso.
Esas palabras confirmaron el peor de mis temores. Lo que había pasado solo era el comienzo, pensé yo, la peor desgracia que había pasado en La Guaira, no en el país.
Jorge pese a haber salvado su vida, su expresión era más profunda. El motivo era que se encontraba cerro arriba con su familia y había bajado al carro a buscar el peluche de perro de su hijo, cuando el agua lo arrastró.
Su familia según él, se encontraba segura porque estaba en un piso 11. Pero la incertidumbre sobre el paradero de su esposa e hijo, lo estaba matando.
Le dije; - No queda otra, vamos a buscarlos-. Pero mi frase se cortó por un nuevo temblor que hizo que nos vieramos a los ojos, anticipando lo que iba a ocurrir a continuación.
4
El caudal esta vez fue inclemente con las pocas cosas que quedaban en pie. Vi como lo que quedaba del edificio era destrozado por las enormes piedras que arrastraba el alud.
Salimos aparatosamente de la parte de mi casa que quedaba en pie buscando la salida.
La puerta y la reja que estaban cerradas, se convirtieron en una especie de trampa mortal, ya que con el temblor y los continuos golpes de las enormes piedras, ambas se descuadraron prohibiéndonos la salida.
Ambos usamos todas nuestras fuerzas, pero fue en vano. Ya estaba resignándome cuando Jorge me dijo ¡La ventana chamo, la ventana!.
Sin pensarlo, traté de levantar el seguro de la ventana, “para no quebrarla”. También estaba descuadrada, me giré a ver a Jorge, pero en ese momento sentí que pasó algo volando cerca de mi cara, y sentí como partes del vidrio que caían al piso, pegaban en mis pantalones.
- Después me pasas la factura por el vidrio-. Dijo Jorge encogiéndose de hombros y terminando de sacar los pedazos del cristal roto con el martillo de la cocina.
El panorama no fue muy satisfactorio. Las agua comenzaban a subir y las piedras que bajaban del cerro, cada vez lo hacían con más abundancia. Nos tomamos de un tubo que subía a la terraza y comenzamos a subir.
5
María Francia solo le dio tiempo de agarrar la foto de su mamá antes de que el techo cediera. Salió de su casa y al voltear después de correr unos 10 metros, pudo ver como el río se llevaba las cuatro paredes de su rancho.
Corrió y fue a buscar a Maikel. Su novio o por lo menos eso era lo que decía todo el mundo en el barrio.
Pero la casa de Maikel ya no estaba en su lugar, ni las de sus vecinos. Solo había una gran caudal de agua que bajaba con una fuerza enorme y un rugido ensordecedor.
-Hoy nos morimos, Dios mio, no nos lleves!- dijo sobándose el vientre donde se encontraba su hijo de 4 meses de gestación y de padre en fuga.
¡Mary, Mary, mira la pared del abasto se cayó, podemos agarrar todo lo que queramos! Dijo una voz lejana que hizo girar a María Francia a donde se encontraba el minimercado Azores.
Se trataba Juan José, el delincuente de la zona que aprovechaba la tragedia para seguir con sus fechorías.
María negó con la cabeza y le pidió que la ayudara a salir de ese lugar. Pero Juan José lo que hacía era tomar botellas de licor, abrirlas, beber un sorbo y tirarlas contra la pared. Con la última trastabilló y cayó sentado riendo.
Para María no era muy difícil salir de esa zona ya que sabía
exactamente todos los caminos del barrio para evitar ser atracada o violada. Y se puso en marcha.
6
-¿Que vamos a hacer Jorge? No se ve nada y a menos que tengamos una lancha no podemos subir de aquí a donde está tu familia-. Me dijo Melchor.
Sin embargo la ansiedad de no saber nada de mi esposa y de mi hijo, me hacían ver visiones. El edificio donde habíamos pasado nuestras vacaciones siempre antes de la llegada de Diego, no se podía ver por la oscuridad ni la lluvia. Pero yo lo veía en pie y en perfecto estado.
- Bueno, será mejor que esperemos aquí. No creo que podamos hacer otra cosa, Melchor, porque ni hablar podemos con este ruido-. Le dije pero mi amigo estaba buscando algo entre sus bolsillos…
-Espero que te sepas el número de tu mujer de memoria, ¡llámala!-. me dijo ofreciéndome su teléfono celular.
Tapé el celular rápidamente de la lluvia, y marqué.
7
La angustia era demasiada, y no sabía que hacer. El ruido y la lluvia parecía que estaban por todos lados. Y este teléfono no fuenciona, todo lo que llamo suena como si estuviera fuera de servicio.
Sonó y vibró el teléfono.
- Alo, alo…
- Antonia es Jorg… est bie… no te mu..vas yo te ..y a ..car. La mon..ña … cayó. Se ca.. la mont..
Y después pura estática.
Todo el contenido de mi estomago hizo una rápida carrera al exterior. Me sentí igual que al principio de mi embarazo. Jorge estaba vivo. Por fin sabía de el pero eso de la montaña, no lo entiendo, el temblor…
Me asomé al balcón y pude ver como las piedras chocaban contra los pisos inferiores del edificio y el río que se había llevado a mi esposo seguía creciendo cada vez más. ¡Pero estaba vivo!
Diego lloraba, solo tenía 14 meses pero lo abracé y le dije; Ya viene papá. Pá va a venir a sacarnos.
8
Pude hablar con ella. Si, ella esta bien y sabe que vivo, ella vio cuando el río me llevó a mi y a la camioneta. El grito de ella fue indescriptible. Me veía por el balcón.
- Lo que queda es esperar que amanezca. Si salimos de aquí nos vamos a desgraciar más de lo que estamos Jorge-. Dijo Melchor.
Mira vamos a ver como podemos ayudar a los que quedan en el edificio ¿te parece?
9
Dios, ese día o mejor dicho esa noche pensé que nunca iba a acabar. El sol o el alba no hicieron parición hasta más allá de las seis y media de la mañana. Seguía lloviznando pero el ruido de todo lo malo ya había terminado. Me levanté de mi refugio y pude ver a Juan José apuñaleando a un hombre que trataba de entrar a una casa.
- El infeliz me siguió, la hierba mala no muere-. Me dije para mis adentros.
Vi como aquel pobre hombre gritaba y se retorcía agarrandose el vientre. El malandrito solo reía y lo pateaba burlándose de el.
Cuando me agaché no pude dejar de gritar.
Una mano salía de una ventana con garrotes y la mueca de la mano era de desesperación.
10
Todos mis vecinos muertos, no lo podía creer, hasta la vieja del piso 4. ¡TODOS MUERTOS! Casi todos muertos por el miedo, menos Fabian el gallego que prefirió ahorcarse.
- Mi familia me creerá muerta también ¿no crees?-. Le pregunté a Jorge.
- No creo, eres un tipo fuerte y tu familia debe saber eso. Vamos a buscar a mi familia-. Me dijo Jorge quitándose con la mano el agua de la lluvia que todavía caía.
-Si es mejor que nos vayamos-. Le dije y comenzamos a bajar.
11
Cuando bajamos a la calle, no había sido el Apocalipsis lo que había pasado en La Guaira. Había sido peor. Los caballos de los jinetes del Apocalipsis, habían machacado todo. Unas 60 casas desaparecidas. Edificios de tres pisos, en ruinas. Y seguían bajando ríos y ríos de lodo, palos y piedras. Lo único que quería era no tener que cruzar aquel caudal de muerte.
Pero empezamos a subir la montaña, como dos gigantes truchas, pero por tierra, luchando contra lo poco que quedaba de aquella ciudad.
Habían pasado más de dos horas de caminata cuando vimos algo que se movió. Era un perro. Un perrito de esos “cacri” beiges, (callejeros criollos).
Cuando nos vio, salió corriendo en nuestra búsqueda. Estaba mojado y temblando. Lo supe cuando se me lanzó encima lamiéndome y llorando.
-Creo que somos a los primeros que ve.- dijo Jorge.
-Y nosotros a el, le respondí -. Ya teníamos un nuevo compañero para nuestra travesía. El perro comenzó a oler mi bolsillo. Saque el paquete de galletas hecha polvo, se la abrí y comió todo.
Al terminar la galleta nos miró e hizo ese gesto de los perros como de sonreír.
Nos pusimos en marcha pero el perro comenzó a llorar.
- Amiguito, nosotros vamos para arriba-. Le dijo Jorge. Pero el can metió la cola entre sus patas y se inclinó.
Seguimos. El perro más adelante nos alcanzó.
12
Mi desgracia se hizo mayor cuando Juan José se acercaba a mi.
- Ahora vas a ser mía. Maikel no existe y yo voy a ser tu hombre ahora-.
Cerré los ojos y le pedí a Dios que me ayudara, que no dejara que nos pasara nada ahora que me había salvado.
- ¡Vas a saber que es estar con un hombre de verdad!-. Gritaba quien iba a ser mi verdugo.
- ¡NOOOO! DIOS MIO AYUDAME grité.
Escuchaba las pisadas en los charcos cerca de mi, y el ruido que hizo su cuerpo al brincar el muro que me separaba de toda la desgracia que estaba fuera de mi refugio.
13
- Chama dame la mano, rápido que eso se va a caer-.
- No mires para abajo, solo danos la mano. Le gritaba Melchor a la joven acurrucada en la esquina y con la cabeza metida entre las rodillas. La joven con los labios morados, levantó la cabeza y vio a su alrededor. Extendió la mano y la subimos, y escuchamos otra voz.
- Gracias, dios los bendiga, gracias por salvarnos-. Nos dijo la muchacha.
- ¿Salvarnos? ¿Quién más queda?, se escucha otra voz. Pregunté.
La joven dijo que había un muchacho por ahí que la quería violar pero no sabía donde se había ido.
- Seguro cayó a la casa esa, mejor nos vamos, estamos en el techo de una casa. Si es un violador, es mejor que lo dejemos ahí-. Dijo Melchor.
Le pregunté que si no lo ibamos a salvar. Y me respondió algo muy sabio.
- Si apenas sobrevivimos, y este fulano lo que quería era hacer el mal, que la naturaleza se encargue de el. No estamos para hacer actos heroicos por gente que no vale la pena y que al final nos va es a joder, así que vamos que hay que buscar a tu familia, no veamos atrás-.
Ninguno dijo más palabra. Seguimos caminando.
14
Aunque me habían salvado y tenían un perro con ellos mi confianza me hacía dudar. Les insistí varias veces que la mejor vía era la costa. No teníamos que hacer nada en la montaña, pero Jorge tenía que ir a buscar a su familia.
No me quedó otra que seguirlos. Me aterraba la idea de devolverme sola y encontrar otro hombre que quisiera violarme y hacerle daño a mi bebe que llevaba dentro.
Pensaba en el hueco que había caído Juan José. Poco a poco se iría llenando de agua y barro hasta darle una tumba perpetua. Los gritos que pegaba cuando lo abandonamos todavía resonaban en mi cabeza.
15
El edificio donde estaba Antonia y Diego, la familia de Jorge solo se veía a doscientos metros. Pero con un gran obstáculo, El Río.
Era lo único que no queríamos que se nos atravesará. Pero la mirada de Jorge era perdida, y cuando vió que desde el balcón su mujer lo saludaba con una sábana, apretó los dientes.
- Tengo que cruzar esa vaina. Tenemos que hacerlo-. Nos dijo.
Vi a Mary Francia y supe que íbamos a cruzar el río. Ella también tenía la mirada fija.
El perro ladró y salió corriendo en dirección contraria al río. Le grité a los muchachos que siguiéramos al perro, y justo cuando nos subimos al techo de lo que antiguamente era una panadería, una ola de piedras cayó enfrente de nosotros.
16
Las piedras y el lodo habían creado una especie de dique que solo dejaba unos dos metros de separación la otra orilla.
Jorge salió corriendo, Mary lo siguió y yo después. Jorge de un brinco llegó al otro lado, Mary también y yo caí en el barro. Cuando me iba a incorporar sentí que sobre mi cayó un peso que me hizo enterrar la cara en el barro. Era el perro. Subimos rápido de la rivera de mortal ruido sin antes resbalarnos. Y escuchamos una explosión.
17
Jorge cayó en el piso gritando y tomándose el vientre. Busqué a María Francia y estaba corriendo. El perro también corría y giré en dirección al dique.
Era el hombre que habíamos dejado en la casa abandonada.
- El violador, se salió -. dije.
El muchacho venía corriendo hacia mi esgrimiendo una pistola y disparando, contra mi. Lo que hice fue taparme la cara con los antebrazos.
18
- Déjalos en paz imbécil, tu me quieres es a mi-. Gritó María Francia desde atrás de una gran piedra, mientras se dejaba al descubierto.
El pequeño hombrecillo detuvo su carrera a cinco pasos de mi, antes de saltar el pequeño espacio que nos separaba.
- Bueno dense por muertos, porque a mi me abadonaron. Ahora yo los mato a todos-. Dijo mi verdugo que levantaba el arma y poco a poco la bajaba para apuntarme mientras cerraba un ojo.
Yo me resbalaba por la pendiente del río y clavé las uñas, cuando sentí que la tierra se desmoronaba y comenzaba a temblar.
- Muérete-. Gritó María Francia.
Yo sabía que venía, y me aferré a una raíz que sobresalía, mientras miraba al hombrecillo que era arrastrado por otra ola de lodo y piedras.
19
Jorge estaba herido, y todo por mi culpa pensé. Melchor el perro y yo lo fuimos a buscar mientras escuchábamos los gritos de su mujer que estaba en el balcón.
- Jorge, Jorge perdón, no quise hacerlo-. Le dije.
Jorge estaba tirado en el suelo lodoso viendo a su esposa y riendo.
Melchor, me abrazó y me dijo que me calmara.
- Jorge está bien, solo tiene esquirlas de la piedra donde pegó la bala. Aquí no es como en las películas, que las balas rebotan, la bala se metió en la piedra y soltó esquirlas-. Me dijo Melchor.
Ayudamos a Jorge que tenía una esquirla de piedra metida en la rodilla y finalmente llegamos a donde mi comadre Antonia.
20
Luego de 4 días cuando se acabaron las provisiones de comida de la casa de Jorge, caminamos a la orilla de la playa donde había un buque de la Armada venezolana que nos llevó a Puerto Cabello y de ahí regresamos a Caracas.

21
4 meses después y a más de 500 kilómetros de La Guira, unos pescadores sacaron varios cuerpos del mar, entre ellos el de Juan José.
Ahora vivo en Coro, cerca del desierto y lejos de cualquier montaña. Jorge sigue trabajando en Caracas viviendo con su esposa y Diego.
María Francia dio a luz un precioso bebé al que llamó Jesús y al poco tiempo nos casamos. Ahora ella espera una niña. Al perro le pusimos León, y el año pasado murió de viejo y feliz.
Todos los años, en diciembre nos reunimos a celebrar nuestro cumpleaños porque ese día volvimos a nacer todos.
Y esa es mi historia.
David Rosas Cs, 01/04/2007